jueves, 12 de noviembre de 2015

Porque ellas lo valen y no dije nada

Hará unos quince años, estuve en una comida con mi padre, mi mujer (entonces novia) y no sé si mi hermana. En la comida estaban también unos amigos de la familia, padre, madre e hija, todos comiendo tranquilamente. Esa familia siempre me ha parecido estar formada por un hombre que se cree más sabio que los demás, dando lecciones de lo bien que ha transmitido a su hija mayor tanto conocimiento. Era típico verle preguntarte cosas para luego preguntar a su hija lo mismo y percibir su satisfacción por escuchar de los labios de su vástago la respuesta más correcta posible.

Y aquella ocasión no fue menos. Pero yo salí muy decepcionado. Doblemente: por mí y por ellos. La pregunta fue una de las más típicas estupideces que se pueden escuchar por ahí: "si tienes a dos candidatos a un puesto de trabajo exactamente iguales, un hombre y una mujer, ¿a cuál elegirías?" Yo, sabiendo de lo que va la cosa, respondí que lo echaría a suertes. Y realmente lo haría. Cuando preguntó a la hija, esperaba que apoyase tal cosa. Pero no. Espetó un "al hombre, por supuesto".

Mi decepción con ellos supongo que es evidente: estoy en contra de esa línea de pensamiento. Mi decepción para conmigo es que me quedé tan absolutamente sorprendido por la respuesta, de labios de una mujer joven y, pensaba, moderna, que fui incapaz de ordenar mi mente y poner sobre la mesa una eficaz defensa de la igualdad de género. Y, en el fondo, según lo pienso, lo que más me asombra es que nadie en la mesa abrió el pico en favor de la igualdad.

El argumento de estas personas, de sobra conocido, es que las mujeres, por sus bajas maternales y similares, tienen un coste para la empresa superior al de un hombre. Y es cierto. Pero creo que ya vivimos en una sociedad lo suficientemente desarrollada como para ir un poco más allá y dejarnos de excusas baratas basadas en la conveniencia.

La igualdad, en este caso de género, es algo que hay que conseguir. Por justicia. Por derecho. Por ética. Por moral. Porque sí: porque es lo que hay que hacer. Simplemente, al tratarse de un derecho básico y fundamental, el de ser tratado de forma igualitaria se sea hombre o mujer, es cosa de todos. Y que sea cosa de todos hace que ni sea de recibo esperar que lo arreglen otros (los políticos, por ejemplo) ni que andemos con miramientos a la hora de gastar un poco más cuando lo que se juega uno es que las cosas sean como tienen que ser.

Yo no voy por ahí insultando a la gente, ni afectando a su honor, ni robando, ni explotando a quienes están a mi cargo, ni mandando obedecer a mi mujer, ni nada de eso. Y no lo hago no porque haya leyes que protejan a los demás, sino porque creo que no es lo que hay que hacer. Y si me tengo que gastar un poco más para conseguir algo en vez de robárselo al vecino, me lo gasto, porque es lo que hay que hacer.

El cumplimiento de los derechos tiene que estar legislado porque hay gente incapaz de aceptar los cambios, aunque sean de justicia. Pero el resto de los mortales no nos podemos andar con esperas, y menos con estos políticos. Aparte, una legislación que garantice la igualdad de género es compleja y, probablemente, ineficaz. Somos los ciudadanos los primeros que debemos apoyar la igualdad. Y debemos hacerlo con actos, no de boquilla.

Si crees que debes elegir a un hombre porque es un gasto menor, eres un machista. Punto. No hay más. Porque los gastos no lo son todo y tu empresa no se va a ir a la ruina porque una empleada se quede embarazada. Y porque no es ni justo ni ético ni nada. Y me da igual que quien sostenga esa porquería retórico-empresarial sea un hombre, una mujer o un alienígena venido del espacio. Se llama machismo. Y usar el bolsillo para argumentar contra un derecho universal se llama ser un capitalista amoral de m*****.

Va a ser terapéutico lo de tener un blog. Qué a gustito me he quedado después de quince años.

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